martes, 4 de agosto de 2009

putadas&amor


Me dejaba completamente durrumbada en el suelo, como si me hubieran caído quilos de piedra encima o una docena de hombres salvajes me hubieran golpeado hasta dejarme descuadrizada en el suelo. Me hería por dentro, me quemaba, cada vez que sentía que su nombre aún seguía demasiado presente en su vida, cada vez que podía ver a la perfección que extrañaba toda esa dulcura que les unió, su clara piel entre sus manos, sus cuerpos entre la oscuridad de la habitación. Recordaba demasiado, y no podía con ello. Me conllevaba sentirme pequeña, senzilla, poca cosa. Me dolía el pecho como si una aguja helada me hubiera atrabesado el alma cada vez que su mirada era en busca de sus verdes ojos y cuando no podía disimular el odio hacia la distancia, quien se apoderó de ellos y de su amor incondicional. Me ahogé de te quieros falsos, de besos volátiles sin sentimientos, de manos unidas sin razón, de mentiras, de lágrimas, de noches sin poder dormir, de escusas baratas y de miradas sin-sinceridad. Me ahogé tantas veces, me remató tantas otras, me dejó arrodillada en el suelo con las cabeza gacha tantas más que vació mi corazón. Quedó terriblamente vacío, temoroso, resonane. Solamente dejó su nombre tatuado con tinta negra en lo más hondo de mi corazón y el dolor de aquél intenso (des)amor.