
La glaciación de mi cuerpo se redució a los 95 minutos que duró la película. Salimos de las primeras y andábamos fijas de vuelta a casa, como si lo hubiesemos decidido anteriormente. Ella hablaba sin preocupación mientras engollía las últimas palomitas que le quedaban. Hablaba rápido y sin cuidado de no abrir la boca mientras comía. Decía que el protagonista de la história era un suicida, que debía meterse todos sus estúpidos diálogos por donde pudiese. Decía que no lo entendía, que cómo podía ser que estudiara la química mediante la hipocresía de los mentirosos. Soltó que nunca había visto una personalidad como tal. Opinó que el protagonista era idiota, y lo dijo sin pizca de entonación irónica. Rematando el tema, también dijo que querer matar el mundo era idea de un tipo colgado, salvaje, tal vez algo alcóholico, drogado y, sin duda, imbécil. Finalmente se calló, y gracias a los años de experiencia a mi lado, no insistió a que comentara la película, según ella decía que era una chica algo extraña. La intensidad del frío de antes me había dejado medio muerta. Esas malditas escenas habían llegado a ser jodidamente exactas a las de mis sueños, ese protagonista llegaba a parecerse a alguien que no conseguía recordar, la película me había mostrado una mentalidad. Una mentalidad tan extraña que ella ni siquiera entendía, y a mí se me mostraba intensamente familiar y no encontraba el porqué. Pisamos los metros, paso a paso, hasta llegar cerca de nuestra urbanización. Y no tube los santos cojones de revelarle que si alguna vez tubiese aquella maldita pistola en mis manos hubiera seguido exactamente las mismas ideas, exactamente la misma intención. Y sí, puede que sea un suicida, y qué? Él odia el mundo, y creo que yo también.