miércoles, 8 de julio de 2009

No hay nadie con quién poder hablar, qué sé yo si me escucharían. Les miro desde la barra como intercambian cerveza, vasos de champán. Todos sonríen aunque dudo que todos lo hagan de verdad, aún así, poco me importa. Fuman, todos fuman. Y aunque haya algunos que nunca fumen de por sí, cuando van a una fiesta siempre lo hacen. Aunque no les guste ellos fuman lo que sea, lo que les ofrazcan. Es algo que nunca entenderé. Varios se me acercan, así como aquél que no quiere y me pregunta, y les contesto que bien, que voy tirando, que como siempre. Me ofracen algo de tabaco, rechazo, me miran con cara extraña y se largan. Hasta que aparece otro y vuelve a suceder lo mismo. En el fondo quieren ser amables, lo sé yo. Mientras, yo pienso con la cabeza apoyada a mi mano izquierda. Si hubiera alguien con un poco de cerebro y con más ganas de menos fiesta se dirigiría a mí. Y si tubiera una pizca de curiosidad me preguntaría con un tono diferente a los demás, y si eso pasara, seguro que me robaría mis secretas palabras que guardo dentro de mí. Entonces, notaría mi irritación, mi rábia escondida en cada poro de mi piel, mi ira. Tal vez mis ganas de quitar las láminas de una pared sólo pare desahogarme. Me imaginaría golpeándo el suelo con mis pequeños e inútiles puños y revolcándome por la almohada un tanto húmeda. Y quizá si me investigara un poco más le contaría que rebusco en la tierra para seguir unas pisadas escondidas entre la hierva, que mi mente se encuentra en búsqueda de algún sitio algo romántico donde los cuentos felizes no sean simples histórias inventadas. En aquél instante alguien, si quererlo, me golpeó la espalda y un poco más y el wisky se derriba por encima la barra. En ese momento me dí cuenta que estube todo el tiempo pensando otra vez en voz alta. Un hombe con un sombrero de cowboy, una heineken en la mano y un Marlboro en la otra, me miraba con una mirada llena de preguntas. Sin decir nada supe que él me había estado escuchando desde el principio de mis argumentos y sin decir nada salí de la puerta de ese bar con sus ojos aún pegados a mi espalda.

miércoles, 1 de julio de 2009

Cada latido es un paso más, es parecido a los segundos del tic-tac de nuestro reloj aunque éste mata el tiempo y los latidos la vida. Cruzas la calle arrastrando los pies, acariciando el asfalto que arde a causa del intenso calor que cae en picado encima de él. Sólo tu cuerpo atraviesa ese laberinto de coches; tu mente junto con tu alma han volado más allá que el propio cielo. Casi tropiezas con una piedra y bajas de ahí donde estabas en segundos: pierdes el equilibro pero lo recuperas fácilmente vacilándote a ti misma que has superado otro obstáculo más para no llegar a la felicidad eterna. Y en ese mismo instante, no sabes por qué, pero alzas la vista y está ahí: dentro de un cotxe que también se ve sometido a una búsqueda para liberarse del mismo laberinto que todos los demás. Y esos tres míseros segundos, su mirada hace que se encuentren, que se toquen, se hablen como nunca. La imagen del otro invade su mente completamente. Sus imágenes serán encarceladas en su memoria para siempre. Su olor, su cuerpo claro, sus pies helados entre mis pierdas para robar mi calor... simples recuerdos. Tres segundos que les hará robar horas de su tiempo para recordar, para intuir su amor, para percibir la añoranza, para saber lo infinito que es el olvido y para reconocer el sentimiento real del amor.Y después de todo, por un instante, odia haberse tropezado con esa maldita piedra, odia haber tenido la idea de cruzar esa calle, y sobretodo, odia haber tenido su mente y su alma tan lejos del mundo real... Seguramente que si no hubiera sido así, no hubiera tropezado.-Es lo que tienen las caídas o un simple tropezón...-piensa.