Me movería si mis piernas tuvieran el valor de hacerlo. Me callaría si mi boca fuera capaz de contener todas las palabras que circulan por mi cerebro. También me alejaría de las pequeñas almas (poco sinceras) que vagabundean por aquí y... por qué no, también olvidaría, rompería y tiraría mi despellejo corazón y su dulce tic-tac a volar por los aires empapados y contaminados de mentiras tan grandes como puños. Qué hipocresía... produce dolor en mi interior. Y qué grandes se ven cuando se miran al espejo, y qué diminutos los ves en tus ojos. Ahora te pierdes buscando las respuestas de tus propias preguntas, e intentas no caerte pero te caes y de nuevo usas los pocos refuerzos para aunque sea, mantenerte en pié.
Te caíste hondo y muy lejos, con esperanzas casi nulas de volver a verte tan radiante como antes; y ahora tus defensas caducaron eternamente y con punto y final. Ahora te has convertido en la diminuta silueta. Ahora eres tú la figura opaca clavada en el suelo vagabundeando por tu único, curioso y peculiar territorio: tu mente.
Y qué será de ti –le preguntas a tus adentros- qué harás ahora, ¿dónde irás? No te habías sentido nunca tan sola como ahora que tu mundo se colorea solamente de color negro y varios tonos grisáceos. Y en estos instantes es cuando la vida se te enfrenta de cara y tú aún no has tenido suficiente tiempo ni valor para asimilarlo por completo. Y luchas con tu máxima voluntad hasta que ya no te vales ni para ti misma. Reconoces que tu vida es una lucha continua en la que te puedes afrontar con miles de cosas a cada callejón de tu mundo. Te sientes como si te hubieran encerrado para impedirte ver más allá que a simple vista, como si estuvieras encerrada intentando conquistar el mundo pero sin éxito o como si todas las demás personas se situasen en el núcleo y a ti me hubieran echado a patadas hasta dejarte al margen. Ya te habías acostumbrado a quedarte en aquella frontera del mundo, en aquél borde, mirando delicadamente aquél mundo tan lejos de ti. Te acostumbraste a tener el corazón apagado, sin luz, y sin que las palpitaciones aceleraran... hasta que apareció él.
lunes, 23 de marzo de 2009
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